No se salvaban en ningún sitio

Hay una frase de Isabel Díaz Ayuso que define lo que es una sociopata de manual y resume a la perfección su gestión de la pandemia, su desprecio por la vida de los más vulnerables y su cinismo político. Es una frase que pronunció en una entrevista en la Cadena SER, cuando le preguntaron por las miles de personas mayores que murieron en las residencias de Madrid sin recibir atención médica. La frase es esta: “No se salvaban en ningún sitio”.

No dijo “morirían en cualquier lado”. No dijo “no había nada que hacer”. No dijo “fue una tragedia inevitable”. Dijo “no se salvaban en ningún sitio”. Como si fuera una cuestión de suerte, de destino, de fatalidad. Como si no hubiera habido decisiones políticas, protocolos sanitarios, recursos públicos, responsabilidades legales. Como si no hubiera habido una presidenta de la Comunidad de Madrid que tenía la obligación de Proteger a sus ciudadanos, especialmente a los más débiles, y que decidió abandonarlos a su suerte.

No es lo mismo que no salves tu vida que morir. Lo primero implica impotencia: no había manera de salvarlos, qué podíamos hacer. Lo segundo, dejadez: morirán igual, qué íbamos a hacer. Los malabarismos con el lenguaje, cuando se producen in crescendo, terminan como terminan los malabarismos con las naranjas: con las naranjas en el suelo. O los muertos. El resultado es el mismo y las conclusiones también: que el Gobierno regional no quiere enseñar las actas policiales de inspección de residencias, se supone que “porque todo lo hizo bien y no tiene nada que esconder”, y que miles de personas encerradas en residencias responsabilidad del Gobierno regional de Isabel Díaz Ayuso murieron sin asistencia en esos hospitales porque se decidió que su suerte estaba echada, y esa suerte implicaba morir de cualquier manera, con cualquier dolor, sin el último derecho que tienen los enfermos, que es el derecho a la esperanza.

Ayuso no solo les negó la esperanza, sino también la dignidad. Les negó la posibilidad de ser atendidos por un médico, de recibir un tratamiento, de despedirse de sus seres queridos, de tener un entierro. Les negó el reconocimiento de su condición de personas, de ciudadanos, de víctimas. Les negó la memoria, la verdad, la justicia. Les negó todo lo que hace que una sociedad sea humana, solidaria, democrática.

Un mundo clon

El otro día tuve una pesadilla en la que aparecían un grupo enorme de turistas todos con las mismas Bermudas, las mismas camisetas estampadas haciendo fotos con el móvil y con la misma taza de café en la mano, algo así como tropecientos agentes Smith de Matrix pero con fotos sonrientes tirando monedas en la fontana de trevi, estirando la torre Eiffel, aguantando la torre de Pisa… . Me desperté horrorizado. A mi que siempre me ha gustado viajar, conocer lugares nuevos perderme entre las gentes me resulta traumático eso del turista «a lo japo» mil fotos, todas iguales, ante los mismos monumentos, sólo por dar envidia en Instagram al prójimo. Cada uno tiene sus aficiones y yo, personalmente, siempre me he considerado un ser inquieto, ir de aquí para allá, ver mundo, conocer otras realidades, otros paisajes, otras culturas… todo eso que enriquece el alma de las personas. Si, me gusta sentirme viajero, a ser posible un viajero que huye de los tours preestablecidos, de los que salen de la ruta turística para conocer justo ese lugar que no sale en los mapas, pero conserva su encanto.
Pero la verdad es que últimamente eso de cumplir los deseos de uno cada vez resulta más difícil. aunque la verdad es que últimamente me sumo a la canción aquella de “los payasos de la Tele” que decían aquello de “viajar es un placer que no suele suceder” … (si te la sabes es que ya tenemos una edad, resignación) pero entre que la cartera no está para achuchones y el presupuesto para viajes se va en el súper o que los enanos no dejan vivir, mal está el asunto, Pero ¿si te digo que la causa puede ser más terrible todavía? Vivimos unos tiempos en los que la diversidad está en vías de extinción, en la que ser diferente es difícil, muy difícil. Nos llevan de cabeza a un mundo triste, gris, uniforme en el que todo va a ser aséptico igual, aburrido, sin los colores y contrastes de las latitudes y longitudes que le dan alegría al trayecto y te invita a enriquecerte con realidades distintas a las que tu vives. Igual si respetásemos la diversidad, si viésemos de forma curiosa otras formas de ver la vida no seríamos como somos, no tendríamos el mundo hecho unos zorros, no existiría el ansia por masacrar al diferente o puede que hasta no votasemos según que opciones que nos acortan nuestro punto de mira.
¿Qué porqué vengo yo ahora diciendo todo esto? ¿Qué opinarías si un día aterrizas en Roma y no encuentras un lugar donde sentarte y tomarte un buen café que no sea un Starbucks? O si te acercas a la Piazza della Signoria, en Florencia, y la foto te la fastidia el que la pizzería que vitaste la última vez se ha transformado en un Pizza Hut? ¿O que enfrente del Arco de triunfo en París lo más posible es que sólo puedas comer un Big Mac? Es lo que nos sucede, vivimos uniformados en un mundo de attrezzo donde te puedes comprar el mismo suéter en la esquina de tu casa que en Tokio, la cadena de tiendas es la misma, la comida es la misma, todo es lo mismo, ya no existe el sabor característico de un lugar, ese olor que te transporta a unas vivencias que solo tú puedes revivir.
Van a conseguir que perdamos nuestra esencia, que acabemos todos viviendo una vida clónica, un pensamiento de franquicia en el que nada sea propio, en el que perdamos nuestra cultura y adoptemos una vida robótica, todos con las mismas apariencias, sin que nada nos distinga. ¿Exagerado? Vamos por ese camino, puede que nos lleven por ese camino por una senda que nos lleve a un mundo gris. Puede que todavía estemos a tiempo, pero para eso deberíamos ser lo suficientemente atrevidos para ser nosotros mismos, para salir de la concha y descubrir nuevas culturas, para enriquecer nuestro espíritu y no acabar siendo una pieza más de un mundo pret a porter

La lechera en Ferraz

El otro día hablaba con un compañero sobre si el PSOE conseguirá cambiar su cara, hacerse un lifting y volverse guapo y atractivo de nuevo. El camino parece tan difícil como el de muchas folclóricas pero deben intentarlo.
El mediático Pedro Sánchez lleva ya más de cien días al timón de un barco que más parece un viejo pedro-sanchezcascarón medio podrido que el gran buque que fue antaño el PSOE. Pero además de pasearse por las teles y radios en una acertada campaña de aperturismo, que no se ve acompañada de hechos ni por parte suya ni por la tripulación de su barco, sigue sin concretar nada al respecto de algo fundamental como son los dineros.
¿El PSOE ha conseguido confeccionar un plan económico distinto al inoperante del PP?¿ Tienen en Ferraz un plan creíble, posible y viable para sacarnos de esta?. Me parece que don Pedro ha olvidado que uno de los principios de este desastre (uno de ellos, hay miles más) fue el zapatero-sevillanefasto día en el queZapatero, que no debió acudir a “las dos tardes” que le prometió Jordi Sevilla para aprender algo de economía, se tiró al monte, se pasó al “lado oscuro” e introdujo unas medidas económicas que él mismo admitió poco socialistas, sobre todo se “lució” con la reforma del artículo 135 de la Constitución Española, esa reforma que bendijo el propio Sánchez con su voto y que ahora, aparentemente arrepentido, dice querer cambiar. Una reforma que pregonaba como valor primordial el principio de equilibrio, para entendernos, algo así como que lo más importante de todo ya no es el bienestar de los ciudadanos sino que las cuentas cuadren, ppsoedejándonos en manos de la banca y otros tiburones financieros. Ese día falleció el PSOE para la causa socialista, en Ferraz se admitió que sus planes no eran posibles, el gobierno se fue con “los mercados” olvidando sus propios orígenes y protagonizó un matrimonio extrañísimo (que así nos ha ido) con las doctrinas liberales. Un matrimonio que lejos de dar por finalizado amenaza con perpetuar hablando de pactos de gobierno al precio que sea simple y llanamente por el verdadero pánico que tienen todos a “lo nuevo” .
Este hombre ha aprendido poco y sigue sin enterarse que los tiempos han cambiado y sin escuchar lo que  le pedimos, mientras en el PP aplauden hasta con las orejas , al ver que no tienen todo perdido, un espanto.
Una familia puede tener todas las ideas y proyectos que le apetezcan pero si no hay dinero en la cuenta del banco no va a pasar del cuento de la lechera, mal asunto. Lo mismo ocurre en un gobierno, todas las lecherapolíticas que se pueda querer llevar adelante en materia social, justicia, educación… dependerán, al final, de si hay dinero en la caja o no. Hasta ahí de acuerdo, pero entonces hay algo que inquieta ¿El nuevo Secretario General habrá encontrado unos planes realistas y socialistas para hacer frente a las facturas o nos está vendiendo humo? La verdad es que me gustaría saber que tiene el proyecto encima de la mesa pero sigue diciéndonos algunas cositas sin concretar nada, más bien da la apariencia de andar tocando teclas a ver si suena la flauta, espero de verdad que no sea así, pero es lo que parece. Todavía, a pesar de la olla a presión que suponen las encuestas, no nos ha dicho que lleva en la cabeza y como intentaría conseguir que este muerto se levantase.  Ahí, explicándonos claramente como pretende poner en marcha este motor es como debería intentar convencernos. Ahí es donde debería marcar las diferencias con el PP si quiere demostrarnos que ya no son más de lo mismo, si no lo consigue ya sabe el futuro que le espera. 

 

Sánchez abre la puerta a un gran pacto con el PP y luego rectifica

El PP flirtea con un posible pacto con el PSOE, que lo niega rotundamente

Muros

En estos días hemos celebrado los 25 años de la caída del muro de Berlín. Algunos de los que muro berlinya somos un poco “de antes” recordamos la noche en la que se reunificaba Alemania, otros han visto fotos. El mundo se alegró y creímos que la guerra fría que dividía al mundo en dos acababa ese día. O incluso, los más temerarios, decían que terminaba el sangriento siglo XX. Hoy en día parece que nada hemos aprendido. Siguen levantándose muros de la vergüenza, para separar personas. Unos físicos y otros sociales, sutiles pero muy eficaces.

Parece que nos encanta levantar empalizadas para protegernos de algo que muchas veces sólo preocupa a los poderosos, quienes nos llenan de miedos y hacen que veamos al que intenta cruzarlos por necesidad como enemigo vete a saber de quién o de qué y lo abatimos sin más. 

Existen por todo el mundo docenas de muros, nuevecitos pero construidos con la misma mala leche que el de Berlín. En Botswana , allí donde los elefantes del “monarca jubilado”, se levanta un muro colosal de alambre electrificado y espinos para evitar la entrada de la fiebre aftosa, no vayamos a pensar. El caso es que la fiebre pasó pero el muro quedó para separar Zimbabwe, uno de los países más pobres y Botswana, de los más ricos del continente. Ya que estamos en África, existe al sur de Marruecos, unos muros de adobe de casi 3000km de nada

Cruces en la parte de Mexico recordando las víctimas

Cruces en la parte de Mexico recordando las víctimas

que separan las tierras que Rabat se apropió. Es tan caro de mantener que los problemas que tiene Marruecos se acabarían con su presupuesto pero, por lo visto, es más importante “proteger” las minas y los pozos apropiados. Podíamos hablar también del que separa Israel y Cisjordania, vulnera todas las legislaciones internacionales, impide la vida normal y separa familias pero a nosotros nos da igual. O del que separa “el país de las libertades” USA de Mexico, que hace

Concertinas

Concertinas

que, a su lado, la Gran Muralla China parezca una cerca de jardín. Una fábrica de muerte para evitar la inmigración en un país, irónicamente, creado por inmigrantes. España también levanta vallas en Ceuta y Melilla, altas, infranqueables con sangrientas concertinas y una venda que oculta las atrocidades cometidas a diario a los ojos de la justicia. 

El mundo construye muros, pero el mayor de todos es el que han levantado entre nosotros. Un muro invisible pero sádico y doloroso como el de USA, que no los-recortes-matantiene postes pero corta como las concertinas. Es el de la división social que ha crecido con el lavado mental y moral que hemos sufrido con esto de la depresión. Cada vez es mayor la diferencia entre ricos y pobres, los ricos lo son cada día más y a los pobres ya les quedan ni las migajas. Se nos dificulta el acceso a todo, se nos niega el pan y la sal y el problema es que han llegado a hacernos creer que es normal y consentimos cosas como el que te tiren de tu casa, 20060722022000-tiempos-modernosno tener trabajo, el tenerlo pero que no de ni para comer, el robar a los modestos modificando, por la noche como los buenos ladrones, el artículo 135 de la Constitución para repartir al rico (algo así como Robin Hood, pero al revés) y después tener la santa indecencia de, todo sonriente, decir querer modificarlo a sabiendas de que no se tiene mayoría suficiente, el mismo que lo votó a favor cuando estaban en el gobierno para protejernos de un enemigo inventado por ellos, el neocapitalismo salvaje de los mercados. 

Es un muro que, consintiendo verdaderas barbaridades, hemos construido sin darnos cuenta los que nos hemos quedado o nos vamos quedando “a la otra parte”. Porque cada vez somos más los que nos quedamos al descampado en mitad de la tormenta. Un muro que nos va destruyendo de manera implacable y que debemos derribar. El día que lo consigamos habremos recuperado nuestra dignidad, lo habremos conseguido. 

25 años de la caida del muro de Berlín

Los muros de la vergüenza

España sufre el mayor aumento de la brecha social en Europa por la crisis

El patrimonio de las grandes fortunas españolas creció un 9,5% hasta junio

Sólo 30 familias manejan la riqueza en España

El PP y UPN rechazan en el Congreso revisar la reforma constitucional que promovió Zapatero en 2011

Lo que no te han contado de la reforma de la Constitución: ¿Qué supone limitar el déficit de un país en tiempos de crisis?

Cuando Pedro Sánchez defendía la reforma del artículo 135 de la Constitución