Un mundo clon

El otro día tuve una pesadilla en la que aparecían un grupo enorme de turistas todos con las mismas Bermudas, las mismas camisetas estampadas haciendo fotos con el móvil y con la misma taza de café en la mano, algo así como tropecientos agentes Smith de Matrix pero con fotos sonrientes tirando monedas en la fontana de trevi, estirando la torre Eiffel, aguantando la torre de Pisa… . Me desperté horrorizado. A mi que siempre me ha gustado viajar, conocer lugares nuevos perderme entre las gentes me resulta traumático eso del turista «a lo japo» mil fotos, todas iguales, ante los mismos monumentos, sólo por dar envidia en Instagram al prójimo. Cada uno tiene sus aficiones y yo, personalmente, siempre me he considerado un ser inquieto, ir de aquí para allá, ver mundo, conocer otras realidades, otros paisajes, otras culturas… todo eso que enriquece el alma de las personas. Si, me gusta sentirme viajero, a ser posible un viajero que huye de los tours preestablecidos, de los que salen de la ruta turística para conocer justo ese lugar que no sale en los mapas, pero conserva su encanto.
Pero la verdad es que últimamente eso de cumplir los deseos de uno cada vez resulta más difícil. aunque la verdad es que últimamente me sumo a la canción aquella de “los payasos de la Tele” que decían aquello de “viajar es un placer que no suele suceder” … (si te la sabes es que ya tenemos una edad, resignación) pero entre que la cartera no está para achuchones y el presupuesto para viajes se va en el súper o que los enanos no dejan vivir, mal está el asunto, Pero ¿si te digo que la causa puede ser más terrible todavía? Vivimos unos tiempos en los que la diversidad está en vías de extinción, en la que ser diferente es difícil, muy difícil. Nos llevan de cabeza a un mundo triste, gris, uniforme en el que todo va a ser aséptico igual, aburrido, sin los colores y contrastes de las latitudes y longitudes que le dan alegría al trayecto y te invita a enriquecerte con realidades distintas a las que tu vives. Igual si respetásemos la diversidad, si viésemos de forma curiosa otras formas de ver la vida no seríamos como somos, no tendríamos el mundo hecho unos zorros, no existiría el ansia por masacrar al diferente o puede que hasta no votasemos según que opciones que nos acortan nuestro punto de mira.
¿Qué porqué vengo yo ahora diciendo todo esto? ¿Qué opinarías si un día aterrizas en Roma y no encuentras un lugar donde sentarte y tomarte un buen café que no sea un Starbucks? O si te acercas a la Piazza della Signoria, en Florencia, y la foto te la fastidia el que la pizzería que vitaste la última vez se ha transformado en un Pizza Hut? ¿O que enfrente del Arco de triunfo en París lo más posible es que sólo puedas comer un Big Mac? Es lo que nos sucede, vivimos uniformados en un mundo de attrezzo donde te puedes comprar el mismo suéter en la esquina de tu casa que en Tokio, la cadena de tiendas es la misma, la comida es la misma, todo es lo mismo, ya no existe el sabor característico de un lugar, ese olor que te transporta a unas vivencias que solo tú puedes revivir.
Van a conseguir que perdamos nuestra esencia, que acabemos todos viviendo una vida clónica, un pensamiento de franquicia en el que nada sea propio, en el que perdamos nuestra cultura y adoptemos una vida robótica, todos con las mismas apariencias, sin que nada nos distinga. ¿Exagerado? Vamos por ese camino, puede que nos lleven por ese camino por una senda que nos lleve a un mundo gris. Puede que todavía estemos a tiempo, pero para eso deberíamos ser lo suficientemente atrevidos para ser nosotros mismos, para salir de la concha y descubrir nuevas culturas, para enriquecer nuestro espíritu y no acabar siendo una pieza más de un mundo pret a porter

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