Estos días andamos celebrando el cuarenta aniversario de la Constitución. La Constitución es esa cosa tan seria como que dice (resumiendo mucho) como hemos de ser como país, aunque la verdad es que parece que los tiempos han cambiado y se nos ha quedado pequeña como el jersey ese que le pones al crío y ves que se le salen los brazos de las mangas. Nos dijeron que ese texto costó sangre, sudor y una indigestión terrible a base de sapos que se tuvieron que tragar todos. No lo dudo, había muchas ruedas de molino que comulgar. Pero lo que también es verdad es que cuando una cosa se ha de arreglar se debe hacer a la mayor brevedad posible por aquello de que los problemas se afrontan, no se eluden o acaban haciéndose irresolubles y más hoy en día en que las cosas acaecen a velocidades ultrasónicas. Igual va y eso es parte de lo que nos ocurre. Vemos que las cosas no funcionan decentemente, nos ponemos nerviosos y quien debiera no hace nada por solucionarlo. ¿Resultado? Las posturas se radicalizan en todos los sentidos y al final no hay forma humana de conseguir que aquí se pueda vivir. Algo habrá que hacer.
Parece que aquí hemos caído del guindo después de las elecciones andaluzas y nos hemos sumado a los que van buscando fórmulas para evitar el crecimiento de la derecha radical. Estamos dándole vueltas con el ceño muy fruncido y la cara de preocupación pensando en que hacer o que decir, pero todavía no ha aparecido el genio que acierte con la fórmula sobre cómo frenar el extremismo y la radicalidad que recorren toda Europa y medio mundo. Nos podemos hacer una idea con sólo mirar que les está ocurriendo a nuestros vecinos con los chalecos amarillos que tienen arrinconado a Macron, quien hace año y medio era la solución a todos los males. Tenemos un problema serio frente al que no pueden existir respuestas simples, nos estamos radicalizando y volviendo cada vez más violentos a velocidades preocupantes. Tampoco hace tanto intentábamos entendernos, no nos marchaba tan mal, pero vete a saber si por esto de la crisis (ya que le dan la culpa de todos los males, con tu permiso, lo haré yo también), si porque hemos perdido la paciencia o si porque la sociedad se ha vuelto “hater”. El caso es que andamos todos con la palabra “fascista”, “reaccionario” o “Bolivariano” en la boca y no dudamos en usarla, aunque no venga a cuento y en muchos casos ni se conozca ni su significado.
Nuestros partidos políticos, que andan siempre a la que cae para rapiñar un puñado de votos, se han dado cuenta de ello y han dejado lo del “viaje al centro” ese que seguían durante lustros, porque estaban convencidos de que en el centro estaba la victoria pero ahora míralos tu, han dejado un espacio del tamaño del Serengueti totalmente desaprovechado ¿Quién lo ocupará?. El caso es que han dejado de ser referentes para transformarse en una especie de “influencers” que van corriendo como locos a los extremos, aunque les vaya su ideología en ello. Ciudadanos ha girado en 24 horas, y de decirle “nones” a Vox ha pasado a “no descartar ningún escenario”, al PP no le importa sentarse con quienes proponen cargarse la Constitución y volver a la Edad Media (para ello ha repescado a Javier Fernandez-Lasquetty como jefe de Gabinete de Casado), PODEMOS se irá con el que era el “enemigo público número uno” sin querer ver su propio desastre electoral y el PSOE anda buscando novio sin importar de donde salga mientras se encamina a su enésima guerra fratricida. Entre todo esto, se acercan más elecciones y todos, con ayuda de las teles, se dedicarán a alimentar el fuego de la discordia porque temen que les salga la carta mala.
En todo este panorama postapocalíptico que nos está quedando lo que no se es donde ha quedado aquello del diálogo y el entendimiento, si es que alguna vez ha existido de verdad. Igual deberíamos dedicarnos a buscarlo, aprovechando el espíritu navideño antes de que sea tarde y lo que era raciocinio y que ahora ha pasado a crispación se transforme en barbarie y lo lamentemos todos. Créeme si me pongo el disfraz de adivinar y digo que puede que el momento no esté ya tan lejos como creeríamos visto como unos y otros arengan a las masas y ya no sienten vergüenza al proponer caminos que pasan por esquelas y funerales. Pero el trabajo de reducir la tensión es nuestro pero más todavía de nuestros partidos políticos que deberían por lo menos no comportarse como hooligans. Entre unos y los otros, con su escalada de extremismo huyendo del centro han conseguido polarizar a todo un país en dos bandos antagónicos y han conseguido que veamos por todas partes problemas que no lo serían tanto si no fuese por su clamorosa falta de nivel político que ha permitido ya la entrada de Vox con un programa que espanta.